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González felicita a Nadal al término de la final. (Foto: AFP)


Un campeón de equipo
Por JOSEP PERLAS (Entrenador de tenis)
Actualizado lunes 18/08/2008 00:02 horas

Rafael Nadal, campeón olímpico, el primer oro de nuestro tenis, suscrito por un joven que adora competir en equipo, se sobreestimula en la Copa Davis, en los Juegos, en los escenarios donde defiende algo más que sus intereses personales, donde disfruta de la relación con sus compañeros. Representar a su país le añade un extra de energía. El tenis, siempre generoso en alegrías, adquiere si cabe mayor resonancia. Virginia Ruano y Anabel Medina mantienen el estatus de un deporte prolífico en medallas.

Una vez más, conviene resaltar todo lo que está haciendo Nadal porque sus éxitos, a todas luces extraordinarios, corren el riesgo de ser valorados por algunos aficionados como algo simplemente normal. Su cosecha ya resulta sobrenatural en lo que llevamos de curso, aunque es de esperar que sepa dosificarse y añadir algún triunfo más.

La final se desarrolló con una hoja de ruta nítida, repetida hasta la saciedad. Fernando González fundamenta su juego en el servicio y la derecha, sin margen para la especulación. Me comentaba en Cincinnati su entrenador, Larry Stefansky, que había perdido el 'timing' en el 'swing' de derecha y estaban trabajando en ello. Se ve que la dedicación ha dado sus frutos. El chileno, además, ha mejorado considerablemente su revés, con el que se consiente alguna alegría.

Nadal neutralizó las mejores armas de su adversario del mismo modo que lo hace ante Roger Federer. Sólo en el segundo parcial, cuando logró evitar más los intercambios, estuvo González cerca de igualar provisionalmente el partido. Pero le faltó equilibrio en el desempate, tras gozar de dos pelotas de set en el undécimo juego, y se excedió con dos derechas. González tiene ciertos automatismos que no funcionan contra los zurdos. Nadal abrió bien la pista por los dos lados y aguantó su poderosa derecha sin problemas. Fue, una vez más, un jugador competitivo, pujante, ganador, merecedor de auténtica admiración.

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