El Mundo.es - Chronique de Javier Martinez
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7 de marzo.- Novak Djokovic fue un suspiro en el Parque Temático Terra Mítica de Benidorm. Un jugador
sin alma, taciturno e indolente, un número tres a quien le sobraba esta eliminatoria de Copa Davis en vísperas de los dos primeros Masters Series de la temporada, ambos en dura. No se trata
de desmerecer a David Ferrer, tan íntegro y competitivo como acostumbra, pero es evidente que ayer vimos poco del campeón del Abierto de Australia y de la Copa Masters de 2008, del hombre que
aspira a coronarse a medio plazo como el amo del negocio.
Nacido en Belgrado y residente en Montecarlo, un lugar muy apetecible al margen del bondadoso clima y el glamour de la Costa Azul, 'Nole' pasó de largo por su primer partido de la Copa Davis,
una competición que exige mucho a los protagonistas, tan dados a defender exclusivamente sus propios intereses. Lluvia y viento en las jornadas precedentes, muchas dificultades para entrenar,
un día de aplazamiento, intenso calor después, vuelta a la arcilla tantos meses más tarde...
Sí, hay numerosos atenuantes y a Djokovic no le hace falta demasiado para capitular. Son las servidumbres de un torneo distinto, tampoco tan infrecuentes en las grandes citas al aire libre de
la ATP. Djokovic no quiso jugar. Sólo lo hizo un par de ratitos, cuando tomó la iniciativa como debió hacer desde el inicio, cuando sacó de paseo su revés paralelo y mostró la serenidad y el
temple que exige esta superficie.
En lo demás fue un tenista fraudulento, una decepción para los aficionados al tenis, para todos los serbios e incluso para aquellos que acudieron a la cancha a algo más que a jalear los
aciertos, que fueron muchos, de su adversario de la vecina Jávea. Metido en preocupaciones de otro orden, en las demandas de su ambiciosa carrera individual, Novak Djokovic sólo tenía los
pies en la tierra. Su cabeza y su corazón estaban muy lejos de aquí, del compromiso inmediato con la defensa de la 'remera'.