El Mundo - Blog de Javier Martinez
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Barcelona, 6 de diciembre.-
Descorchado ya todo el cava, el Sant Jordi está silencioso y vacío. Hablaron los héroes derramando algunas lágrimas, ante un público que volvió a llenar, pese a que ya nada
había en juego, el recinto donde cayeron la primera y la cuarta Copa Davis de nuestro tenis. Tal vez sólo vinieron por eso, por estar aún más cerca de ellos en esa fiesta algo desnaturalizada,
pues la verdadera explosión se produjo con el triunfo en el doble.
La cuarta ya no interesa tanto. No se vende en los medios como antaño. Es ya una feliz costumbre. Nada que ver con el despliegue de la conseguida ante Australia en el año 2000, acaparadora de páginas y cabeceras en todos los diarios. El éxito cansa. Lógico. Entonces sólo éramos destellos de figuras individuales, talento excepcional y apasionado. Ahora es otra cosa. Esto parece tecnología alemana. Perfecta. Infalible.
Vimos un rato del partido de Nadal contra Hajek en un palco, junto a José Perlas. Da gusto mirar el juego al lado de alguien que lo conoce con la profundidad de aquellas personas que, después de tantos años, siguen adorando lo que hacen. Te disecciona golpe a golpe en ese entrenamiento cualificado del zurdo, te ayuda a hacer mejor tu trabajo.
A la derecha, un poco más abajo, se encontraban Manuel Orantes y Joan Gisbert, dignos merecedores de distintos homenajes. Siento una simpatía especial por ambos, las primeras imágenes que recuerdo del tenis, junto a las de Nastase, Panatta y aquella generación vinculada a la irrecuperable despreocupación de la infancia.
Hoy tengo la oportunidad de relatar los triunfos de estos flamantes campeones, mucho más grandes, cumpliendo aquella supuesta y temprana vocación. Pero desearía
volver atrás, a la devota contemplación de las figuras del póster, sin prestar atención a aburridas conferencias de prensa, sin contar caracteres ni recibir órdenes, sin la rutina obligatoria
de escribir. Libre, ajeno a la responsabilidad, a la certeza del desencanto y de la decrepitud, de que las cosas nunca sean como uno quiere que sean.